Benzema entre el Relato y la Redención
Relato, según la RAE:
“Conocimiento que se da, generalmente detallado, de un hecho.”
Karim Benzema (1987) fue, durante muchísimos años, quizás demasiados como para incluso poder vencerlo, preso de un relato, de un cuento muy bien hilado en el que el delantero francés era prácticamente siempre el punto de fuga de una ira vehemente muy prototípica del hincha del Real Madrid, aficionado acostumbrado a un tipo de idiosincrasia que Karim jamás ha sentido como suya. Benzema, en realidad, siempre fue el mismo. Lo que cambió fue el contexto y, sobre todo, que la marcha de Cristiano Ronaldo obligó al aficionado a posar su mirada en Karim tanto si quería como si no, no había más alternativa, y en este gesto que implicaba mucha responsabilidad, Benzema respondió con maestría, de forma irónica pues en realidad no hizo sino acentuar su nivel, uno que siempre había estado ahí. Benzema es como el amigo al que uno no presta atención, quizás porque no habla demasiado, pero cuando es el único que queda en pie no puedes sino arrodillarte ante él y pedirle perdón mientras le besas los pies.
El pasado curso el Real Madrid estaba demasiado narcotizado por el éxito de las tres copas de Europa consecutivas así como por la terrible marcha de Cristiano Ronaldo. La lesión de Asensio y la incomparecencia de Gareth Bale solo aumentaron la sensación de ahogo en un club que no terminaba de digerir la vorágine de títulos europeos. Benzema, siempre sobrio ante las luces del éxito, defenestrado por su selección y siempre bajo la pátina grandilocuente de Cristiano, estaba preparado para responder. Solo algunos afortunados lo intuían, en los que no me encuentro. El relato, aquel que entre muchos construimos (porque to también desconfié de Karim) se presentaba como el gran enemigo del delantero francés. En verano de 2018 el líder tenía que ser Bale, eso pensábamos muchos. Tras dos temporadas y más de 60 goles producidos, Karim se ha postulado como una versión mucho más, si me lo permitís, vasta de él mismo, arrinconando la finura para responder con una fiereza que nadie le creía suya.
Al ritmo de “Why sundays are so depressing”, Karim Benzema bailaba en un equipo a ratos huérfano, a ratos aburrido de si mismo. El Real Madrid jugaba de forma desconsiderada, como cuando lees algo escrito por alguien demasiado inteligente que parece hablar consigo mismo, un juego rígido y laxo a la vez en el que solo Benzema parecía interactuar de verdad. Siempre acusado de estar muerto, de no tener ese fuego latente en su interior, incluso en sus mejores tramos y temporadas el relato le adjetivaba como un sinsangre. Y ya sabemos que, queramos o no, el fútbol debe nacer desde el estómago. El primer año del Real Madrid sin Cristiano, el francés estuvo desacompasado, jugando a algo que sus compañeros no entendían, y el fracaso del Real (sin ganar nada y dando mala imagen) no hizo sino que algunos defensores del relato justificaran los números de Karim señalando el pobre papel del equipo, estableciendo una extraña correlación que todavía se me escapa.
Redimir, según la RAE:
“Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia.”
Durante muchos años se le negó algo que, por derecho, le pertenecía. El derecho a equivocarse, el más importante cuando estás jugando al fútbol cuyo poder distingue al jugador raso de la leyenda/jugador especial, llegó cuando Karim se empeñó, una temporada más, en flirtear con un nivel altísimo, siendo, a pesar del fichaje de Eden Hazard, la estrella y referencia ofensiva del Real Madrid. 29 goles producidos en Liga en un nuevo ejercicio de supervivencia. Y, al fin, la Redención. La Liga no es solo la demostración empírica y casi categórica del poder que ejerce Zinedine Zidane como entrenador ( dos de tres Ligas en La Era Messi) sino que es la confirmación de ese ruido de fondo, casi impertinente, que venía señalando a Benzema como lo que, en realidad, ya era: un líder. Todo el mundo necesita sentir que lo ven como lo que él ya sabe que es; la aceptación por parte del público es algo que pesa mucho, incluso para futbolistas históricos como Karim Benzema.
Este año ha jugado rematadamente bien. Manteniendo e incluso mejorando el nivel dado en la 18/19 y haciendo volar por los aires todo pronóstico que se pudiese hacer en verano de 2018 cuando Benzema venía de jugar una temporada realmente mala. Con más de 47 toques por partido ha aumentado en 12 sus participaciones respecto las del último año con Cristiano, convirtiéndose en el faro merengue, una columna sobre la que sostener el juego que se iniciaba con los pases de Kroos. Benzema convierte el 86% de sus pases, convirtiéndose así en el quinto centrocampista en las noches grandes del Real Madrid. Casemiro, Kroos, Modric, Isco y Benzema conformaron el abanico ganador de Zidane en aquellos partidos marcados en el calendario y en los que la clave era precisamente el fútbol gomoso de Benzema, cayendo siempre a banda izquierda, mezclándose sigilosamente con los otros futbolistas. Karim como un imán atraía futbolistas y marcas, y su enorme clarividencia y sapiencia en el último tramo activaban las otras piezas. Vinícius o Rodrygo han crecido de la mano de KB y su lectura.
Si algo nos revela este mapa de colores afrutados es que Benzema se ha quitado de una vez por todas las riendas. Se ha liberado. Absorbe juego y lo genera a la par, como una perfecta máquina de jugar. A pesar de relacionarse en izquierda, sus caídas a banda derecha se producen siempre que el Madrid lo demanda, y en este sentido no hay mejor detector de necesidades que él, jugando siempre para el equipo, con un sentido del colectivo enfatizado en cada gesto. Sus puntitos rojos en el centro del campo muestran, si cabe añadir otra prueba más, su incansable labor como conector. Ante una presión adelantada y agresiva, Benzema no es quien corre, sino quien ralentiza aunque esta palabra esconde una ironía y es que en realidad acelera, porque correr más no es ir más rápido. Karim, bajando, atrae con maestría y siempre activa a su compañero a uno o dos toques. Realmente, está jugando muy bien al fútbol, pero la sorpresa es solo para aquellos que no sabemos suficiente, pues los que de verdad saben siempre lo tuvieron claro clarinete.
El fútbol de Karim es maduro, inteligente, acompasado y alejado de anomalías. Es monocorde pero no por eso menos mágico o atractivo. Y, a veces, regala gestos imposibles que van directo a nuestro cerebro maltrecho, jugadas, pases, controles, solo disponibles para los elegidos que generan, ahora sí, un sentimiento de triste alegría compartida. Triste porque solo aparece cuando Karim se excede, como si el francés tuviese, todavía hoy, que demostrar algo.
Benzema tendrá que afrontar el ocaso. Es inevitable. Modric lo está burlando de forma escalofriante, pero llegará también. Es quizás lo más triste y jodido del fútbol esto. Las despedidas, los ocasos. Los finales. Por eso es importante recordarlo cuando su fútbol se demuestra invencible, infinito y grácil, porque al final no deja de ser una ola enorme de la que no vemos su final. La caída será dolorosísima. Recordar la mortalidad de lo inmortal es, precisamente, lo que más nos narcotiza contra el golpetazo final. Karim, por suerte, sigue jugando como si nada de lo escrito en estas líneas fuera cierto.