DETRÁS DE XAVI HERNÁNDEZ
El fútbol ya no importa y a la vez nunca importó tanto como ahora. Ahí, en este pliegue entre dos realidades que se constriñen, se encuentra la figura de Xavi Hernández, pero también la de Koeman y la del propio FC Barcelona. Se ha llegado a un punto tan bajo, de un fatalismo casi atávico, que al culé ya no le queda nada más que regresar a casa, a sus orígenes, aunque estos sean ya una mentira. Ahora nos da igual. No es momento de verdades, porque no hay una que duela más que el golpetazo de realidad en Lisboa, sino de mentiras que palien y que, encontrando alguien que las sepa narrar, te reenganchen y te vuelvan a hacer creer. De esto va el fútbol y la vida; que una mentira bien contada siempre será terapéutica porque a base de repetirla será verdad. Si Xavi hace creer al culé que siguen siendo los mejores, esto, tarde o temprano, sucederá. Vivimos en un cinismo constante.
Es imposible pensar en Xavi y no ser feliz. Porque de facto el egarense no es un entrenador, esto da absolutamente igual. En realidad, Hernández es un concepto. Es una idea. Por encima de todo, Xavi es algo etéreo, casi una representación de sí mismo. Si en vez de entrenar al Al — Sadd estuviese escribiendo columnas en El País la gente lo seguiría viendo como un salvador, y es que es completamente lógico. En épocas de catástrofe, de una pérdida total de identidad colectiva, lo único que queda es el recuerdo de cuando se fue mejor…