El Real Madrid de Gareth Bale y la nostalgia

Albert Blaya Sensat
5 min readSep 4, 2019

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Todos hablan del Real Madrid como si se tratara de una víctima brutalmente asesinada. Una estrella de Hollywood caída en desgracia, consumida e inanalizable. Rostro desfigurado, sin rastro de la belleza y la vitalidad que desprendía no hace tanto. Las Champions, 4 en un lustro, no como un aval sino como una tortura rutinaria con el paso de los días y los partidos. Una tuerca que aprieta y no deja construir, porque oprime. Las victorias son una moneda de doble cara.

Lo cierto es que es imposible hablar del Real Madrid. Es un ejercicio muy complejo porque no hay una solución, una respuesta, un problema, un culpable o un salvador. Nada de ello es cierto salvo para los que quieren tener la razón. Y aquí hay un servidor que es creyente del escepticismo como forma de vivir. Y hablar del Real Madrid me produce un extraño placer, un cosquilleo parecido al del primer beso. Es algo desconocido, no se puede explicar. Y eso que no soy del Real Madrid.

Cuando David Foster Wallace publicó “La broma infinita” (1996) entendió que no podía superarla. Que había tocado techo. Que era una obra demasiado grande, maníaca, dolorosa, triste, divertida. Tenía 32 años. Estuvo otros 12 buscando “Otra Cosa”, pero no pudo. La obsesión por construir algo distinto unida a su depresión crónica lo llevaron a suicidarse en 2008. El Real Madrid ganó 4 Copas de Europa en 5 años con una “facilidad” terrible. Niños como Carvajal, Varane, Isco o Casemiro se acostumbraron al éxito de forma enfermiza. La victoria es una droga extremadamente fuerte y maravillosa. Sus efectos secundarios suelen ser devastadores. A sus 24 años, edad aún temprana, cubrían su bisoñez con Copas de Europa. Después de aquello nada podía volver a ser igual. El Real Madrid construyó una dinastía de forma absolutamente tiránica. Después no supo qué hacer.

Los blancos acumularon noches grandes de forma maquinal, imponiéndose a todo y todos. El Madrid de ZZ, el Primer Madrid, era el equipo de las mil caras. Su identidad táctica no estaba sustentada bajo ningún “patrón” reconocible de juego, sino en una laxitud propia de quién tiene a los mejores y, lo más importante, se sienten los mejores. Una excelencia técnica sustentada en el tiempo unida a una tenacidad imposible. El Madrid aguantó siempre los peores pronósticos y lo peor- o lo mejor, depende de cada uno- es que hizo de esta inconsistencia consistente su modus operandi. El Madrid era una paradoja que solo sabía ganar. Asentado en una alergia a la rutina liguera y bajo la creencia de que su historia se escribe en las noches marcadas en el calendario, la Liga 16/17 fue más un milagro que una consecuencia lógica. Una plantilla absolutamente ingestionable a largo plazo, con talentos en su mayor “pick” de forma y mil variables. Cardiff fue el cénit. Y dio la sensación de que todos lo asumieron, pero las mieles de la eternidad son muy dulces. Renunciar a ello no es fácil.

Pero como suele pasar, irse a tiempo es siempre lo más difícil. Gestionar la pos victoria es un terreno pantanoso. El Madrid vivió el último año de Cristiano y ZZ como una hipérbole de todos sus vicios; incapaces de competir en el día a día, como un alumno superdotado, viviendo más que nunca sobre el alambre en Europa y ganando en una noche raruna, con dos goles de un tipo que ha estado siempre condenado por la opinión pública. Gareth Bale esconde bajo su rostro hierático una determinación descomunal. Un jugador que, a mi modo de ver, resume a la perfección lo que es este Real Madrid. Incapaz de ser constante y regular, de darle al Madrid una Liga, pero sí varias Champions. Porque Bale fue decisivo en 2014, el líder en 2016 y el héroe inesperado en 2018. Momentos que ya son suyos.

El Real Madrid murió lentamente pero de golpe a la vez. Las marchas de Cristiano y Zidane fueron la certificación de una muerte anunciada (Garcia Márquez, dixit). En cierta manera el realismo mágico del propio Márquez se apoderó del relato blanco. El Madrid convirtió lo rutinario en extraordinario y lo extraordinario en normal. Quizás el guion de esta historia la escribió el Premio Nobel de literatura. Una vez certificada la defunción de aquel Madrid Florentino Pérez tuvo que tomar medidas. ¿Sustiuir a CR con Neymar/Mbappé/Hazard? ¿Regenerar al equipo y buscar a un técnico que, asumiendo la rareza de lo sucedido, tomara decisiones valientes para crear una cara definida? Julen Lopetegui ya empezó con mal pie, con toda la polémica que generó su fichaje.

Cargarse a Julen fue sintomático. El Real Madrid ya no era el de hacía dos años. Pero, como es lógico, nadie lo quería asimilar. Desde el club se apostó por algo en lo que, internamente, nunca se creyó. Se podría decir que sus meses en Chamartín fueron una media mentira, un trabajo que nunca tuvo la fe de nadie; ni plantilla ni dirección deportiva. La plantilla seguía teniendo la calidad y la determinación, pero la fuga de CR y ZZ sumadas a una lógica pérdida de estado de gracia provocaron que ya no se creyeran los mejores. De hecho, el Real Madrid lleva un curso saltando al campo con la sensación de que es inferior siempre. No técnicamente, pero si táctica y mentalmente. No sirve de nada ser el mejor si no crees que lo eres. Es un mensaje sin contenido. Sin paciencia ni tiempo para esperar el Madrid creyó que era posible plantar y recoger los frutos al instante. Cayó Lopetegui y con él la sensación de que la temporada se había ido definitivamente.

Santiago Solari fue pragmático. Y si bien es cierto que el miedo que tenía el Madrid demandaba sencillez en los caminos y las rutas, porque le costaba un mundo dar un paso sin derrumbarse, el 4–4–2 y la rigidez en su propuesta sentaron fatal a los Isco, Modric, Benzema o Asensio. Vinícius es mucho menos jugador a día de hoy de lo que nos hizo creer hace medio año. Su ímpetu, velocidad y desborde resultaron un narcótico imprescindible. Pero el Real Madrid estaba prescindiendo de talento (Marcelo, Isco) para salvaguardar una ropa que se mojaba igual. La solución era peor que la propia enfermedad.

La nostalgia solo es buena en pequeñas dosis. Tomando un café, mirando una película o leyendo un libro. Ahí es bienvenida. Un pequeño sorbo. Pero cuando la nostalgia es el argumento para reconstruir acaba siendo un parche que, encima, es doloroso. La vuelta de Zidane, quién dijo que hacía falta cambios, y los no cambios más allá del fichaje de Eden Hazard hacen que cueste mucho entender qué camino, si es que hay alguno, está siguiendo el Real Madrid. La embriaguez de nombres, salidas, entradas, sistemas y soluciones ha provocado un caos considerable. Al final, Gareth Bale es problema y solución. Y es algo muy sintomático. El galés es la metáfora del Real Madrid. Bale representa como nadie los vicios y defectos (parafraseando a Dorian) de la entidad. Una determinación imparable desconectada por completo del día a día. Bale y el Real Madrid están condenados a mirarse al espejo y reconocerse.

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Albert Blaya Sensat
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Written by Albert Blaya Sensat

Periodista. Escribo para sobrevivir. Un poco de todo. Fútbol y lo que se de.

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