EN LO ALTO PARA SIEMPRE
Casi he olvidado que en menos de dos meses seré, oficialmente, periodista. Me hace gracia eso de “ya eres periodista”, como si todo lo hecho hasta ahora fuese un preludio, algo por lo que debes pasar para ser, ahora sí, periodista. Me entra un poco de vértigo -mucho, en realidad-, una nostalgia blanda cuando giro la cabeza y me veo entrando en la facultad por primera vez, con mi agenda, mi carpeta, mi boli, mi portátil, mi libreta, porque asociaba el periodista a alguien siempre ajetreado, desaliñado, torturado. Condenado a explicar sin entender. Y yo quería entender.
Qué miedo más tonto este de estar tan cerca de un camino que sabías que iba a acabar. Porque la nostalgia es una forma del miedo, que escribía Sergio Del Molino. En mi biografía de Twitter tengo escrito “periodista”. Pensaréis que os he engañado, quizás debí ponerme preperiodista o protoperiodista. Me pregunto si el futbolista que debuta en el primer equipo pensará que todo su bagaje, todo lo que ha vivido y le ha hecho ser quien es no era fútbol, era algo distinto. Un aprendizaje obligado antes de convertirse, ahora sí, en futbolista. Me gustaría pensar que no.
El Draft de la NBA es un momento mágico para todos. Los aficionados asisten emocionados, hacen sus pujas, llenan las redes sociales de pronósticos. Los periodistas están semanas analizando, lanzando sus apuestas. ¿Y el jugador? Niños que parecen hombres, embutidos en trajes a veces ridículos, sentados con sus famílias. Hay algo terrorífico en aquella estampa. De irremediable, de herida, de tiempo que se cierne sobre sí mismo, como plegándose para siempre. Niños que se lanzan al vacío. Niños que dejan de ser niños para ser “jugadores de la NBA”. Eso es una categoría en sí misma. Ya no son niños, ni adolescentes, ni siquiera hombres. Son jugadores. El Draft es algo cruel, por eso nos gusta. Nos atrae lo morboso.
Yo no iré a ningún Draft. Por suerte. No sabría qué ponerme, qué cara hacer cuando mi nombre sonara en un pavellón arrebosado de protoperiodistas. Pero hay un salto al vacío. Sin nadie que te mire, sin expectativas, sin apuestas, sin gente que te etiquete. Pero debes saltar. Qué miedo más tonto. Siento que dejaré de ser lo que soy para ser Periodista. Y no sé qué significa. No hay focos ni miradas inquisidoras. Pero hay un salto.
Lo escribía Foster Wallace: “Todo este tiempo ha habido tiempo. No puedes matar al tiempo con el corazón. Todo ocupa tiempo. Las abejas tienen que moverse muy deprisa para permanecer quietas.”
Es en este momento, en Lo Alto, cuando me doy cuenta del Tiempo y su peso metálico.