GENEALOGÍA DE UN GESTO

Albert Blaya Sensat
6 min readApr 9, 2021

Si algo nos ha enseñado el fútbol en tiempos de pandemia, estadios vacíos y sonidos enlatados, es a apreciar de forma casi litúrgica el sonido del balón. Me he descubierto ese pequeño placer delante de la tele. A escuchar el sonido del balón. Y en esa actividad hay alguien que destaca, ya no por el ritmo de sus pases, que es constante, inapelable, sino por la precisión obscena en cada uno de ellos. Toni Kroos pasa el balón como muy pocos jugadores lo han hecho antes. El sonido lo confirma. Ese extraño “ploc” que amenaza con romper el cuero pero en realidad siempre lo acaricia. Porque en su fútbol todo es una amenaza, una puesta a punto. La escenografía en el juego de Kroos es la de un baile de máscaras sutil donde él siempre sabe quien se esconde detrás.

Hay algo de voyeur en nuestra mirada cuando se postra delante de aquello que es, en cierto modo, eterno. Porque nuestro ojo no está hecho para aquello trascendental, nos aterra. Pero hay futbolistas que nos desafían, y consiguen llegar a la esfera propia de quienes ya no juegan y solo nos quedan sus memorias. Kroos, a sus 31 años, es ya un jugador-recuerdo, una esfera reservada para los históricos. Mientras sigue jugando el aficionado evoca su pasado como si se tratara de algo mítico, pero a la vez el presente es una prueba irrefutable de aquellos talentos que persisten. Kroos sigue jugando y mejor que nunca. Pero la grandeza es algo que entendemos

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Albert Blaya Sensat

Periodista. Escribo para sobrevivir. Un poco de todo. Fútbol y lo que se de.