Matar a los ídolos
Somos así, los humanos. Queremos referentes, héroes, pero solo para destruirlos justo después de haberlos creado. Eso tan mezquino (y tan humano) de querer ser nosotros el principio y el final de toda historia, de concedernos este poder decisorio. Jugamos a ser Dios. “Yo los creo, yo los destierro”. Una máxima que el aficionado al fútbol ha normalizado de forma absurda y, en muchos casos, con tintes de crueldad. El fútbol no tiene memoria, dicen, aunque yo creo que sí. Pero, como todo en esta vida, la memoria es solo la que interesa en favor de lo que uno piensa. Vivimos en tiempos en dónde basta solo un gesto, un regate, un detallito para ser considerado un referente. Cada vez es más fácil gustar y, paradójicamente, más fácil dejar de gustar. Ilusionar es fácil. Matar lo es aun más.
El fútbol es siempre un jugador, una pelota y un contexto. Aislar al jugador del balón es tan absurdo como hacerlo del contexto, que vendría a ser un campo de juego dentro del campo de juego. Universo dentro de otro universo. Karim Benzema y Sergio Busquets son dos futbolistas a los que a menudo se les juzga ignorando una parte del todo. Se hace trampa con ellos. Tipos a los que el tiempo pondrá en su sitio. El tiempo acallará cualquier atisbo de crítica. Ambos, jugadores tildados de “lentos”, “poco resolutivos” han sido víctimas de eso llamado contexto. Lo han sufrido y lo han visibilizado. Han sido héroes para muchos y, cuando seguían haciendo exactamente lo mismo que antes, algunos intentaron que se cayeran del pedestal.
El meollo del asunto está en que se les ha juzgado siempre “de la misma forma” y bajo las mismas pautas, aunque lo que tuvieran que hacer y lo que tuvieran a su alrededor fuera distinto, incluso perjudicial o poco favorable para su juego. Y sucede que en muchos otros jugadores sí se ha trasladado el contexto en la arena del debate público, algo extraño. Busi y Karim son futbolistas de museo, no solo por su esteticidad, sino por el sentido de unicidad que desprenden sus figuras. No hay dos como ellos, quizás no los haya en años.
Karim debe reírse sentado en su sofá acariciando a su gato (sí, me lo imagino así) mientras los que le acusaban de no tener gol, de no correr, están ahora arrodillados, con las rodillas peladas y las manos plegadas en un gesto que busca compasión. Benzema nunca ha engañado, solo que entendió que para que el equipo pudiese volar, su talento tendría que estar sometido al de Cristiano Ronaldo, un monstruo insaciable. En vez de dividir y buscar el camino de la individualidad como forma de consagración, multiplicó su sapiencia para que el equipo encontrase caminos. El francés fue el “9” que Cristiano necesitaba en el Real Madrid en su último baile. El aficionado, como siempre, negó el talento porque tener este poder da morbo, porque nos sentimos poderosos, para luego arrodillarse.
Sergio corrió el camino inverso. Su mente era estudiada por los más eruditos de este deporte, su correr lento admirado por todos, y su lectura de veterano aplaudida por la masa borrega. Hasta que el FC Barcelona empezó a jugar mal. Y todos miraron al que no corría. Al que llegaba medio segundo tarde. Busquets, ese. El culpable. Como Karim, Sergio se debió sorprender al verse envuelto en una especie de vorágine destructiva cuando, ni más ni menos, hacía lo mismo que antes. El contexto, esa palabra que queda bien y mal a la par en todos sitios, se obviaba. Que el FC Barcelona corriese más y peor, que sus jugadores cada vez estuvieran más separados, que la figura de Messi cada vez tapara más cosas fue siempre algo menor a la hora de valorar a Busquets. Porque, al final, para aquellos que critican a Benzema y Busi el fútbol jamás fue algo diferente a “correr y dejarse los huevos”.
En el fondo todo queda reducido en aquello de subirse al carro. Las modas. El fútbol las tiene, y son muy visibles y peliagudas. Cuando se le pone la cruz a un jugador/entrenador, muy pocas cosas pueden revertir la situación. El prisma por el que la mayoría de los aficionados ve el fútbol es tan estrecho y reducido que todo lo que no sea correr más que el rival es visto como símbolo de decrepitud futbolística. Tenemos la misma prisa para que aparezcan nuevos referentes como para destruirlos segundos después. Solo en el caos nos reconocemos.
Ahora parece que el fútbol les vuelve a hacer justicia. Y, al final, todo se lo debemos al contexto. Este, señores, es el mejor de los fichajes.