TENÍA RAZÓN
El balón rebotando con fuerza generando un ruido extrañamente sonoro en todo el pabellón. Poc, poc, poc. Cada bote es un martillazo sobre el parqué, como una anunciación. Aquí-estoy-yo. Tres botes secos, sin aparente glamour, y un mate mecánico con la mano izquierda, agarrando el balón como si fuera una canica, algo diminuto e insignificante. Porque en esencia es lo que hace; reduir lo complejo en una suma de 2+2. A día de hoy, Kawhi Leonard no tiene antídoto.
Hay algo que desde hace seis años me une de forma magnética a Kawhi. Me fascinó de su juego lo analítico, lo aparentemente cerebral en un baloncesto cada vez más loco, lo inteligente de sus movimientos. Kawhi es el ejmeplo perfecto del trabajo diario: entró sin hacer ruido y tras unos años en los que vivió en la sombra fue haciéndose mejor y mejor. Lo bueno, o lo increíble, es que él entiende cuando sacar su mejor nivel. Cada postemporada sube tres peldaños, desmarcándose del resto. Leonard es, a día de hoy, el jugador más dominante del planeta. Sí, más que Harden, Anteto o Lebron. Y explicaré por qué.
En un deporte dominado hasta lo minúsculo y nimio por las estadísticas, Kawhi nunca tiene las mejores. No es el que más anota, rebotea o asiste, pero es el mejor. ¿Por qué? Está hecho de otro material. Su resiliencia es infinita, capaz de absorber cualquier situación del juego con aparente normalidad, su rostro esconde a un cyborg que se traga los golpes respondiendo siempre con normalidad. No hay nada en él que haga sonar la alarma. Es como estar observando el mar, calmado, cuando por debajo todo son corrientes huracanadas.
Y me encanta porque es contracultural. El juego evoluciona hacia el triple mientras él, anclado en los 90, cada vez tira más de media distancia. No hay ningún jugador que la domine como The Klaw. Las defensas están preparadas para contener el triple y tapar la zona, pero la media distancia es una zona apetecible, pues nadie repara en ella. Leonard, a través del posteo, se lleva siempre el gato al agua. Tiene automatizados estos movimientos, botes en lateral o de espaldas para sacar un tiro de 4 metros. Da igual el punteo, da igual todo, anota siempre. Es un monstruo. Su juego no es plástico, no invita a la diversión, aburre de lo metódico y analítico, es frío, como si viéndole estuvieras comiendo hielo. Pero se trata de ganar, él siempre lo tuvo claro.
Llevo viendo todos sus partidos, sin perderme ninguno, desde que aterrizó en Toronto. Todos dudaban de él, pero yo siempre creí. Kawhi llevó a los Raptors, una franquicia perdedora, a ganar su primer título. Ahora, en los Clippers, le han bastado tres partidos para convertirse ya en uno de los jugadores más importantes de su historia. Su mentalidad y su liderazgo están fuera de toda duda. Es un líder, aunque en pista no grite ni tenga redes sociales en las que colgar mensajitos motivacionales. Kawhi es también extraño fuera de la pista, donde vive como un monje, alejado del ruido mediático, agazapado en su hábitat familiar tranquilo. Tenía razón. Se puede seguir dominando desde la media distancia, no hace falta lanzarse con los brazos abiertos al triple, sino que se trata de elegir. Saber el dónde y el cuándo.
Poc, poc, poc. Resuena el balón en el pabellón vacío. Sus manos como de ave gigantesca hacen botar el esférico a un ritmo vertiginoso. Coloca el hombro contra el pecho del defensor, un hombro fortísimo, y se aleja impulsándose, como flotando. Chof. El defensor, manos arriba, mira a su entrenador como diciendo “lo he hecho todo”. Lo extremadamente bueno no se debe comprender, solo se puede disfrutar.